INMACULADA
CONCEPCIÓN. ZURBARÁN. 1630-1635.
A lo largo de su producción, Zurbarán pintó
en muchas ocasiones la
Inmaculada Concepción , uno de los temas devocionales más
frecuentes en la España de su tiempo. En las interpretaciones más antiguas, Zurbarán parece preferir el motivo
de la Virgen Niña ,
tal y como recomienda Pacheco: en la flor de su edad, de doce a trece años,
hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas
mejillas, los bellísimos cabellos teñidos de color de oro.
Para la túnica, prefiere el blanco
rosado, y el manto azul, aunque en algunas sigue usando para la túnica el tono
rojizo que evoca la mujer del Apocalipsis, puntote partida de esta forma
iconográfica.
La Inmaculada, hoy en Sigüenza, es
seguramente una de las más delicadas, recogidas y tiernas que pintó nunca. El
tratamiento luminoso mantiene, sin embargo, el modelado prieto y la densa
incidencia de la luz de recuerdo tenebrista, que acentúa los volúmenes,
endurece las aristas y acusa las sombras.
La figura infantil, con recatado gesto,
adquiere un perfil casi geométrico, con la caída del manto triangular. Las cabezas de querubines se agrupan en tres grupos
muy equilibrados, bajo la túnica y el manto, y los atributos de la letanía se
distribuyen unos entre las nubes, al modo ya arcaico en esas fechas. Estos
atributos son el espejo, la estrella y
puerta del cielo. Otros se funden en el paisaje de la parte inferior, al modo
que recomendaba Pacheco.
Así, a la derecha, bellísimamente
acomodados, se hallan el huerto cerrado, la palmera, el ciprés, el cedro, la
fuente sellada y el pozo de aguas vivas y, a la izquierda, la Ciudad de Dios,
la Torre de David o Torre de Marfil, encarnada en la Giralda y, en centro, una
nave sobre el mar, que quizás aluda a la especial protección a los navegantes
en Sevilla, puerta de Indias. Pocas veces consigue un equilibrio más perfecto y
una más armoniosa delicadeza poética.
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