Los egipcios no veían la muerte, como nosotros, como un fin, sino como el inicio de una nueva existencia. Para el viaje al Más Allá, se proveían de todo aquello que habían usado en vida. Muebles, alimentos y joyas son algunos de los objetos que se colocaban en la tumba junto al cuerpo momificado del difunto.
Según creían el cuerpo constaba de diversas partes: el bai o alma, el ka o fuerza y el aj o fuerza divina inspiradora de vida. Para acceder a la vida después de la muerte, el ka necesitaba un soporte material que era el cuerpo del difunto. Éste debía mantenerse incorrupto, lo cual se conseguía con la técnica de la momificación. Los sacerdotes funerarios se encargaban de extraer las vísceras del cuerpo y lo embalsamaban. El tipo de momificación variaba según la clase social a la que pertenecía el difunto. La técnica de la embalsamaciòn era muy complicada y los sacerdotes debían tener conocimientos de anatomía para extraer los órganos sin dañarlos. Durante el proceso de momificación los sacerdotes colocaban amuletos entre las vendas con las que envolvían el cadáver, en las cuales había inscritas fórmulas destinadas a la supervivencia del difunto.
Las vísceras una vez extraídas se lavaban y embalsamaban. Después se depositaban en cuatro jarras que representaban unas divinidades llamadas Hijos de Horus, las cuales las protegían de la destrucción. Estas jarras, con tapa en forma de hombre, mono, de chacal y de halcón, se conocen como vasos canopos. Estos se introducían en una caja que en el cortejo fúnebre, era arrastrada por un trineo.
AMSET. El hígado estaba en una jarra con tapa en forma de cabeza humana.